Hemos visto que la cuarentena total y el cierre de fronteras impuestos a inicios de la pandemia, en su momento considerado una decisión acertada, no sirvió para frenar el avance del virus que en este momento colapsa los servicios médicos con picos de contagios y de muertes registradas.

A días de la Semana Santa, una fecha considerada vital para la reactivación parcial de la industria turística, nuevamente el Gobierno mantiene en suspenso al sector con el anuncio de posibles medidas y restricciones más estrictas, hasta este momento no establecidas oficialmente, pidiendo a la ciudadanía permanecer en casa y no realizar viajes de ningún tipo, limitando igualmente la circulación en la capìtal y al interior del país.

El bloqueo estricto, el cierre de fronteras, no constituyen una opción en medio de esta preocupante situación de emergencia sanitaria ya que los hechos demuestran que la propagación del virus no proviene de quienes viajan, sometidos a estrictos controles de pruebas y test negativos como condición ineludible para abordar un vuelo, en el caso de viajes al exterior, y si obedecen al incumplimiento de las medidas y protocolos sanitarias impuestas de distanciamiento social, el uso de mascarillas, la realización de fiestas y reuniones prohibidas; transgresiones frecuentes y reiteradas que se observan diariamente en las redes sociales y que se realizan ante la complacencia de las autoridades encargadas de evitarlas.

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En este escenario de irresponsable descontrol social, con un elevado número de fallecidos y un sistema de salud colapsado, sin remedios ni camas disponibles en los hospitales, el único freno natural parecen ser las vacunas que a pesar de reiterados anuncios nunca llegan (las pocas recibidas, algunas en donación, estuvieron destinadas exclusivamente al personal médico de primera línea en la atención a los enfermos con el virus). La tendencia actual y ya implementada en algunas naciones, es la presentación de un pasaporte de salud o certificado de vacunación como condición para ingresar al país sin otras restricciones.

Entretanto, la economía en general y en particular el turismo agonizan, con empresas y empleos perdidos, conviviendo en una dura realidad de protocolos sanitarios necesarios pero que se desprecian e incumplen socialmente, y también con restricciones extremas que, como se comprobó a lo largo de estos meses, no detienen el virus pero perjudican la economía.